Tortura y violencia sexual contra activistas en Tanzania: “Me ataron de pies y manos y me golpearon brutalmente”

“Cuatro hombres me obligaron a desnudarme y me ataron de pies y manos a una barra suspendida en el aire. Luego empezaron a golpearme brutalmente las plantas de los pies con una barra de madera. El dolor era tan insoportable que ni siquiera podía llorar”. Así comienza el relato de las torturas que sufrió el activista keniano por los derechos humanos Boniface Mwangi, durante su arresto en Tanzania, el pasado 18 de mayo, donde había acudido para asistir a Tundu Lissu, líder del principal partido de la oposición de Tanzania, CHADEMA, en prisión bajó la acusación de publicar información falsa y de traición.
Mwangi se encontraba en su habitación del Hotel Serena, de Dar es Salaam, cuando unos hombres entraron, le vendaron los ojos, le esposaron y le metieron a la fuerza en un coche: “Vamos a darte una lección que nunca vas a olvidar”, le dijeron. Con manos temblorosas, el activista, describió los horrores a los que fue sometido en Tanzania durante una rueda de prensa la semana pasada en Nairobi, junto con la activista ugandesa Agather Atuhaire, que también fue agredida en el mismo viaje. Encerrado en un cuarto, unos hombres armados con AK-47 pusieron música a todo volumen para que no se escucharan sus gritos de dolor. “Cuando terminaron de golpearme los pies, otro hombre me puso lubricante en el recto y me introdujo múltiples objetos por el ano de forma continua. Después me bajaron de la barra y me pusieron cara a la pared, y otro hombre siguió asaltándome sexualmente con sus manos mientras me obligaba a decir ‘Gracias Mama Samia”. Tras las agresiones, le hicieron “arrastrarse como un perro” hasta el baño, donde se duchó y se cambió de ropa. La tortura, según explicó, fue grabada en vídeo y le amenazaron con hacer públicas las imágenes si se le ocurría contarlo. Amnistía Internacional ha respaldado su relato y ha reclamado una investigación.
Cuando terminaron de golpearme los pies, otro hombre me puso lubricante en el recto y me introdujo múltiples objetos por el ano
Boniface Mwangi, activista keniano
Mwangi había viajado a Dar es Salaam para asistir en su comparecencia a Lissu, que el pasado 19 de mayo declaró en la sala del Tribunal de Magistrados Residentes de Kisutu, donde entró con el puño en alto y una camiseta con una frase que decía “No reformas, No elecciones”. Fue precisamente ese lema el que llevó a las autoridades tanzanas a detener a Lissu, el 9 de abril, por llamar a la población a las calles para pedir reformas electorales en los próximos comicios del 28 de octubre. Unos días después de su arresto, CHADEMA fue incapacitado para participar en las elecciones generales después de negarse a cumplir con el requisito de la comisión electoral de firmar un código de conducta, como parte de su campaña para promover las reformas. Organizaciones como Amnistía Internacional han pedido su liberación inmediata e incondicional.
El padecimiento de Atuhaire fue muy similar al de Mwangi. Cuando su compañero fue detenido la noche del 18 de mayo, este tuvo tiempo de avisarla para que recogiera sus dispositivos electrónicos y los colocara en un lugar seguro. Pero los agentes comprobaron las cámaras de seguridad del hotel y procedieron al arresto de Atuhaire. “Me sorprendió la complicidad entre los miembros del hotel y las autoridades. Les dieron acceso a nuestras habitaciones y para ellos parecía del todo normal”, explica.
“Nos llevaron a una oficina de inmigración, donde nos retuvieron durante unas cinco horas sin decirnos por qué. Luego los abogados nos dijeron que nos íbamos a quedar detenidos durante toda la noche”, contó a los medios. Atuhaire habla conteniendo el llanto, todavía sin entender las razones por los que la detuvieron: “Yo no he cometido ningún crimen. Conozco mis derechos, no he infringido ninguna ley”. Ella sufrió la misma tortura que Mwangi: fue colgada de la misma barra y asaltada sexualmente con objetos por parte de agentes tanzanos. Ambos describen lo sucedido como una pesadilla, “una forma de rompernos mental y físicamente”.
Yo no he cometido ningún crimen. Conozco mis derechos, no he infringido ninguna ley
Agather Atuhaire, activista ugandesa
La mañana del 22 de mayo, aquel infierno terminó cuando ambos fueron trasladados en diferentes coches hacia las fronteras de sus respectivos países. Mwangi fue arrojado de un land cruiser blanco a pocos metros del puesto fronterizo de Horohoro, en el este de Tanzania. Atuhaire también fue abandonada cerca de la frontera con Uganda, de noche, y fue enviada posteriormente a casa con su familia.
El Colegio de Abogados de Kenia y el Grupo de Trabajo sobre Reformas Policiales han hecho un llamamiento a la Comunidad de África Oriental y a la comunidad internacional para que exijan al Gobierno de Tanzania que haga rendir cuentas a los agentes de policía y a sus mandos responsables de las torturas, agresiones y agresiones sexuales cometidas contra los dos activistas.
Tanzania, un régimen autoritario encubiertoLa misma mañana en que Mwangi y Atuhaire fueron detenidos, Samia Suluhu Hassan, la presidenta de Tanzania, compareció públicamente advirtiendo a los activistas extranjeros de que “no se entrometan” en los asuntos de su país. “El único país que aún se mantiene estable, donde las personas se sienten seguras y disfrutan de paz, es el nuestro. Ya se han registrado varios intentos de alterar ese estado, por lo que hago un llamado respetuoso a las instituciones de seguridad y defensa, para que actúen con responsabilidad y no permitan el ingreso de personas que puedan poner en riesgo ese orden y bienestar”, expuso la presidenta.
Samia Suluhu Hassan llegó al poder en 2021 después de suceder al autoritario John Magufuli, quien murió antes de dejar el cargo. Su nombramiento fue visto por la comunidad internacional como una apertura democrática, especialmente tras la introducción de la filosofía 4R: reconciliación, resiliencia, reformas y reconstrucción, un programa que se convirtió en la punta de lanza de su administración.
Sin embargo, para Jenerali Ulimwengu, un periodista, analista político exmiembro del Parlamento tanzano, es evidente que el fantasma de Magufuli sigue reinando en la política del país: “Hay secuestros frecuentes, denuncias de torturas y una sensación generalizada de inseguridad, especialmente entre quienes critican al Gobierno. Veo estos acontecimientos como extremadamente preocupantes y perturbadores, ya que señalan una cierta actitud delincuente dentro de las estructuras del Estado, que ahora actúan con creciente impunidad”, explica a EL PAÍS.
La oleada de detenciones arbitrarias, secuestros y asesinatos por parte del gobierno de Hassan durante los últimos años ha despertado la preocupación de la comunidad internacional, al ponerse en evidencia la deriva antidemocrática del país. En septiembre del año pasado, Ali Mohamed Kibao, miembro del secretariado de CHADEMA, fue asesinado después de que varios hombres lo obligaran a bajar del autobús en el que viajaba en dirección a la ciudad de Tanga. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente, torturado y con el rostro rociado con ácido. En octubre, la Autoridad Reguladora de Comunicaciones de Tanzania (TCRA) suspendió las licencias online durante 30 días a tres medios de comunicación por la publicación de una animación de la presidenta sobre los secuestros. Deusdedith Soka, Jacob Godwin Mlay y Frank Mbise, miembros de CHADEMA, también fueron secuestrados en agosto días después de que Soka diese una entrevista al medio de comunicación The Chanzo. Su paradero sigue siendo una incógnita, y la lista de afectados —Maria Sarungi Tsehai, activista tanzana secuestrada en Kenia el año pasado, o el padre Charles Kitima, el secretario general de la Conferencia Episcopal de Tanzania que fue brutalmente atacado a finales de abril— continúa.
“El objetivo aparente es infundir miedo en la población para asegurar que Samia [Suluhu Hassan] tenga un camino fácil en las elecciones de fin de año. Pero en el proceso están destruyendo el país”, explica Ulimwengu.
“No seremos silenciados”Chama Cha Mapinduzi (CCM) es el partido gobernante de Tanzania y el que lleva más años en el poder en toda África, desde la independencia del país de Reino Unido en 1961. Lo que en su día fue el partido de Julius Nyerere, impulsor del movimiento Ujama (el socialismo africano), se ha convertido en un órgano represivo contra disidentes, opositores y críticos del Gobierno. Sin embargo, el autoritarismo se expande por más países de la región, según denuncian los activistas. “Los líderes de países como Tanzania, Uganda o Kenia están utilizando la represión y el miedo como una estrategia para mantenerse en el poder”, explica Martha Karua, ex ministra de justicia de Kenia y deportada cuando intentaba entrar en Tanzania para la comparecencia de Tundu Lissu.
Mwangi y Atuhaire comparten su indignación al hablar de la inacción de sus gobiernos frente a lo que les ocurrió: “Nos hemos sentido abandonados”. Apenas unos días después de que fuesen liberados, el presidente de Kenia, William Ruto, se disculpó públicamente con Tanzania en el marco de la tensión entre ambos países por la detención de los activistas: “A nuestros vecinos de Tanzania, si os hemos hecho daño de alguna manera, perdonadnos”.
A pesar de las torturas y el miedo, ambos activistas han decidido romper el silencio y actuar. Anunciaron que se disponen a denunciar a Tanzania, y dieron un nombre: Faustine Jackson Mafwele, comisionado asistente de la policía, un hombre que enfrenta numerosas denuncias que lo señalan como el principal coordinador de ejecuciones extrajudiciales, torturas y otros abusos graves contra los derechos humanos. Según explicó Mwangi en un comunicado llamado No seremos silenciados, Mafwele pertenece a la seguridad del Estado y fue uno de los responsables de su agresión.
“Puede que nuestros cuerpos estén rotos, pero nuestros espíritus son más fuertes que nunca”, declaró Mwangi. Atuhaire hizo un llamado hacia la responsabilidad como ciudadanos para contrarrestar el autoritarismo: “Ellos están muy cómodos en su impunidad, pero nosotros hemos venido a defendernos. El dolor que nos han hecho no ha sido en vano. Hemos hecho que la fachada pacífica de Tanzania se derrumbe”.
EL PAÍS